Honduras recibe esta Nochebuena sumergida en una dualidad sin precedentes: mientras el calendario marca el inicio de las festividades navideñas, miles de ciudadanos permanecen en las calles en una resistencia permanente contra lo que califican como un golpe electoral.
Lo que tradicionalmente es una época de consumo y reuniones familiares se ha transformado este año en un escenario de protestas, asambleas populares y una economía local paralizada por la incertidumbre política.
La coalición de oposición y diversos movimientos sociales han ratificado que no habrá tregua durante los días 24 y 25 de diciembre. En las principales ciudades, como Tegucigalpa y San Pedro Sula, las tradicionales cenas de Navidad han sido desplazadas hacia las barricadas y los plantones frente a los organismos electorales.
No hay nada que celebrar cuando se nos ha robado la voluntad en las urnas. Esta consigna resume el sentimiento de una población que ha decidido sustituir los fuegos artificiales por consignas de protesta, exigiendo el respeto al sufragio y denunciando las irregularidades detectadas en el reciente proceso de conteo de votos.
La situación ha alterado drásticamente la dinámica decembrina en el país:
- Comercio estancado: Los mercados locales reportan una caída del 40% en las ventas navideñas. El temor a disturbios y la falta de movilidad por los bloqueos de carreteras han frenado el flujo comercial habitual.
- Cenas comunitarias de resistencia: En barrios y colonias, las familias están organizando «nacatamales de resistencia», compartiendo alimentos en la vía pública para mantener la vigilancia sobre los centros de votación y sedes gubernamentales.
- Despliegue de seguridad: El Gobierno ha mantenido un fuerte contingente militar en los puntos estratégicos, lo que ha generado un ambiente de tensión constante que contrasta con el espíritu de paz propio de la temporada.
La crisis se originó tras los comicios generales, donde las denuncias de fraude sistemático y la interrupción del sistema de transmisión de datos provocaron un estallido social. Mientras la comunidad internacional observa con cautela, los organismos locales de derechos humanos han alertado sobre la creciente represión contra los manifestantes.
A diferencia de años anteriores, donde la política pasaba a un segundo plano durante las fiestas de fin de año, la polarización actual ha permeado hasta el seno de los hogares hondureños, dividiendo opiniones pero unificando a un sector masivo bajo el reclamo de transparencia democrática.
La crisis ha dejado claro que existe una brecha profunda entre la ciudadanía y los organismos electorales. El hecho de que las festividades no hayan logrado apaciguar las protestas indica que el reclamo de legitimidad es prioritario frente a la estabilidad social momentánea.
Esto sugiere que, sin una reforma estructural y transparente, cualquier resultado oficial carecerá de la aceptación necesaria para gobernar con estabilidad.

