“La cocina del miedo”: cómo los medios alimentan la conspiración del bipartidismo en Honduras

En Honduras, la batalla política ya no se libra solo en las urnas, sino en las pantallas. Los medios corporativos, aliados históricos de las élites bipartidistas, han convertido la información en un producto al servicio del poder. No buscan nutrir al pueblo, sino moldearlo, aturdirlo y desorientarlo.

El miedo es su condimento principal. No es casual: cuando un pueblo despierta, quienes siempre mandaron necesitan nuevas herramientas para frenar la conciencia colectiva. Por eso la prensa dominante cocina noticias como armas políticas en el mismo explicare los ingredientes que la compone.

El primer ingrediente de esta cocina mediática es la propiedad concentrada. Los dueños de los medios son los mismos grupos empresariales que han sostenido al bipartidismo por décadas. No informan: resguardan intereses.

Por eso ocultaron los audios que revelaban los retrasos inducidos denunciados por Marlon Ochoa, mientras amplificaban rumores que favorecen a sus aliados. Lo que se presenta como “noticia” es, en realidad, la defensa de un orden que teme perder poder y fomenta la violencia política que las élites bipartidistas usan para frenar cualquier transformación democrática.

El segundo ingrediente es la publicidad. La prensa que vive de grandes anunciantes responde a ellos, no al pueblo. Si un reportaje incomoda a quienes financian la agenda económica del país, simplemente no se publica.

Y si conviene inflar un conflicto para desviar la atención de los privilegios fiscales o del saqueo estatal, se hace sin reparo. En ese mercado mediático, la verdad no es prioridad. Lo importante es mantener el espectáculo que distrae, confunde y protege a quienes históricamente han secuestrado el Estado.

El tercer ingrediente es la dependencia de fuentes “oficiales”, esas mismas instituciones capturadas por décadas de bipartidismo. Como señala cualquier análisis sociopolítico serio, cuando los medios solo repiten lo que dicen voceros del viejo régimen, no informan: encubren. Los vacíos se llenan con especulación y escándalo, jamás con profundidad.

Por eso hechos menores se transforman en tormentas mediáticas cuando afectan a Libre, pero se diluyen cuando involucran intereses tradicionales. La cobertura no responde a la realidad, sino al cálculo de quién debe ser debilitado e impulsa narrativas que pone un solo perdedor en la campaña política.

El cuarto ingrediente es el flak: ataques, presiones y amenazas que buscan disciplinar a quienes informan distinto. Los medios corporativos lo usan para intimidar a voces críticas, mientras protegen al bipartidismo con un cerco informativo. Cuando algún periodista intenta cuestionar a las élites, es aislado o ridiculizado.

Pero cuando se trata de golpear a Libre, todo vale. El flak no es accidental: es un mecanismo para imponer miedo en la opinión pública. Funciona porque durante años moldearon la idea de que “ellos” siempre deben gobernar.

El quinto ingrediente es la ideología dominante, ese condimento que disfraza intereses económicos con discursos de “orden”, “patriotismo” o “estabilidad” “democracia”. A través de esta narrativa, los medios convierten a quienes cuestionan al sistema en amenazas y a quienes lo destruyeron en defensores de la democracia.

Por eso surgió la etiqueta del “Plan Venezuela”: un guion importado, diseñado para infundir miedo ante cualquier proyecto de soberanía popular. Ese libreto, creado históricamente por agencias de poder, es repetido sin pudor por voceros del bipartidismo.

Juntos, estos ingredientes forman la receta del amarillismo político: titulares que alarman, imágenes diseñadas para inflamar emociones y una narrativa que reduce la complejidad social a caricaturas. Así se fabrican crisis artificiales, mientras los verdaderos problemas del país quedan ocultos.

El objetivo no es informar, sino saturar al pueblo con miedo, odio. Los medios no reflejan la realidad: la editan para que sirva a quienes no quieren perder privilegios. Y esa manipulación se intensifica cuando se acerca cualquier proceso electoral para apoyar a sus amos que paga porque el papel que desempeñan.

El impacto es profundo. Una sociedad que solo consume miedo y espectáculo pierde análisis, crítica, y ese es precisamente el ambiente donde el bipartidismo se siente cómodo. La prensa corporativa fragmenta, enciende choques artificiales y presenta al pueblo movilizado como amenaza.

Protestar se vuelve “caos”, organizarse se vuelve “violencia”, exigir transparencia se vuelve “peligro”. Así se degrada el debate público y se alimenta la polarización útil a las élites. No es error: es estrategia. La cocina mediática sirve al poder, no a la verdad.

Frente a esta receta mediática, lo primero es aprender a leer críticamente la información: reconocer quién cocina las noticias, qué intereses protegen y por qué ciertos hechos se silencian mientras otros se inflan.

No basta con leer titulares; es necesario desmenuzar las narrativas que buscan moldear la percepción del pueblo. Y como insiste Rixi Moncada, solo un pueblo consciente puede romper la manipulación que las élites bipartidistas usan para justificar golpes electorales encubiertos.

Lo segundo es apoyar y fortalecer medios comunitarios, periodismo investigativo y espacios donde la verdad no dependa de la publicidad empresarial ni del cálculo político de las élites.

La transparencia mediática debe convertirse en una exigencia nacional: saber quién financia, quién decide las agendas y por qué se omiten hechos decisivos como los audios del 9 de marzo o las maniobras logísticas denunciadas por Marlon Ochoa. Como plantearía un análisis crítico, democratizar la comunicación es clave para desmontar el cerco informativo que protege a los viejos poderes y devolverle al pueblo su derecho a la verdad.

(Por Joel Rosales /Especialista en antropología socio cultural e investigación)


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