El Partido Liberal de Honduras (PLH), una de las fuerzas políticas históricas del país, atraviesa una de sus etapas más críticas, sumido en una profunda crisis de identidad y credibilidad.
La denuncia de los llamados «liberales de pura cepa» resuena con fuerza, quienes aseguran que la institución ha sido «secuestrada» por figuras ajenas a sus principios fundacionales, convirtiéndose en un instrumento de oportunismo político.
La preocupación central de estos liberales de tradición radica en el ascenso y la influencia de personajes como Salvador Nasralla, Roberto Contreras y Jorge Cálix.
Estas figuras, con un historial de saltos entre diferentes formaciones políticas en busca de beneficios personales, según los denunciantes, ahora pretenden controlar los destinos del PLH sin haber compartido su historia ni sus valores fundamentales.
Salvador Nasralla, quien fundó su propio partido y posteriormente se unió a la alianza con LIBRE, es señalado por intentar tomar espacios dentro del liberalismo sin una trayectoria que lo respalde en sus filas.
De manera similar, Roberto Contreras, empresario y figura mediática, ejerce una notable influencia en las decisiones internas del partido, a pesar de su reciente incursión en la política liberal.
La situación se agrava con la controvertida propuesta de imponer a Jhosy Toscano como consejero del Consejo Nacional Electoral (CNE). Los «liberales de pura cepa» denuncian que Toscano carece de una trayectoria significativa dentro del partido y que su nominación responde a acuerdos cupulares, orquestados por aquellos que, sin ser liberales de origen, buscan controlar el proceso electoral.
Este intento de «capturar el CNE» es percibido como una maniobra para debilitar la institucionalidad y traicionar los principios democráticos que dieron origen al Partido Liberal.
Síndrome de Estocolmo político: la ceguera ante el «secuestro»
En el ambiente interno del PLH, la tensión es palpable. Se observa un fenómeno descrito por algunos como el «Síndrome de Estocolmo político», donde militantes atacan con saña a compañeros del mismo partido que no se alinean a la postura del «bando rival» o de los recién llegados.
Esta dinámica, lejos de ser un debate ideológico, parece sustentarse en una «cadena emocional» y en «resentimientos sincronizados» más que en afinidades programáticas.
La moderación, el equilibrio y la prudencia, valores esenciales para el debate interno, son tachados de «traición» por algunos, incluso por aquellos con lealtades políticas inconsistentes.
Este fenómeno es visto como «devastador para la democracia», ya que «transfigura la libertad –principio fundacional del liberalismo– en herejía, y a la conciencia individual en pecado político».
La falta de arraigo en las raíces doctrinarias e históricas del partido ha propiciado un «desprendimiento de lo propio», donde los valores de subsistencia del instituto político, como la capacidad de debatir y disentir, han sido desahuciados.
La división interna y el «canibalismo político», donde los propios miembros se atacan, solo profundizan la crisis de una institución que alguna vez fue pilar de la política hondureña.
¿Podrá el Partido Liberal recuperar su identidad y liberarse de lo que sus bases históricas denuncian como un «secuestro», o está destinado a sucumbir ante las nuevas fuerzas que hoy dictan su rumbo?

