Nasry “Papi a la Orden” Asfura llegó tarde, solo y visiblemente cansado a la recta final electoral, reflejando el desgaste interno del Partido Nacional y una candidatura que nunca terminó de despegar.

Su figura, lejos de renovar al nacionalismo, ha sido percibida por amplios sectores como la fachada de un juanorlandismo que sigue moviendo hilos desde las sombras.

Durante meses, distintas voces han señalado que Asfura habría sido impulsado como un “candidato prestado”, utilizado para encubrir estructuras tradicionales que, según denuncias públicas, pretendían influir en el proceso electoral. Dirigentes como Tomás Zambrano, Cossette López y otros actores han sido mencionados en estas tensiones internas que evidencian un partido fracturado y sin una línea unificada enfocada solo en el fraude electoral.

La militancia nacionalista tampoco muestra entusiasmo. Tras años de escándalos de actos de corrupción, pérdida de credibilidad y ausencia de renovación real, la base nacionalista se siente desmotivada y desconfiada.

Muchos consideran que Asfura tuvo su oportunidad en 2021 y la dejó ir, y hoy enfrenta una campaña sin fuerza, sin energía y sin estructura sólida. Sus giras, en repetidas ocasiones, lo mostraron agotado, con voz quebrada y un ritmo inestable que terminó alimentando la percepción de un candidato debilitado física y emocionalmente.

Dentro del PN, el panorama es aún más crítico. David Chávez se mantuvo distante; Ana Hernández envió a su designado a negociar con el liberal Salvador Nasralla a EE.UU; y figuras que antes eran pilares del partido ahora buscan rutas alternativas. Las divisiones son evidentes y profundas.

A esto se suma otro factor determinante: el voto independiente. Analistas coinciden en que este segmento no se inclina hacia el Partido Nacional, lo que limita seriamente las posibilidades de Asfura, cuyo techo electoral sigue sin superar el millón de votos.

Además, Asfura carga con cuestionamientos públicos relacionados con su gestión municipal en Tegucigalpa, incluyendo investigaciones abiertas por irregularidades en contratos, manejo de fondos y pago de impuestos. Estas sombras han acompañado su imagen y continúan afectando su credibilidad frente a una ciudadanía cansada de la corrupción.

La percepción general es clara: Asfura no logra levantar, no conecta y no genera confianza. Su candidatura avanza rodeada de dudas, fracturas internas y un desgaste que parece irreversible en un partido marcado por el legado del juanorlandismo.

Mientras tanto, una parte creciente de la población observa este desgaste como el cierre de un ciclo político que ya no consigue sostenerse ni con candidaturas recicladas ni con viejas prácticas.


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